domingo, 14 de marzo de 2010

Ayudándonos a sentir y a brindar al infinito




Se van a cumplir tres semanas del remezón y nuestro plan de reactivación anímica sigue su marcha. Por eso fuimos hasta una picada de aquellas, donde los compipas se han rehidratado por décadas y olvidado sus tristezas.



Por Dióscoro Rojas, guaripola guachaca

Carlos Carvacho, periodista
Fotografías: Jorge Cadenas

Frente a frente a la entrada del Cementerio General que da a Avenida Recoleta, por décadas un templo de los populares ha tenido el importante rol del patacheo y conversada a la hora de ir a dejar un finado al cementerio. Porque para qué estamos con cosas, la caravana a la vuelta de la rueda tras el ataúd, y después la caminata en el General como que siempre a uno le activa los biosolves y sonajera de tripas haciendo necesario tomar nuevos rumbos y recalar en algún lugar donde se pueda encontrar con un dulce pipeñito o una buena conversa. Y para esos fines, desde el 1900, el bar y restaurante Quitapenas ha sido un emblema. Aunque de primeras estaba ubicado en la calle Panteón (que ahora vendría a ser la calle Zañartu), se cambió en una fecha que nadie sabe muy bien hasta su actual ubicación. "Se vino para acá porque los bacanes empezaron a entrar por avenida La Paz con sus coches y mandaron a todo el resto, los de pelito corto a entrar sus finados a pulso por acá por Recoleta", remacha de entradita la señora María Salomé, quien junto a su marido, el compipa José Miguel Mendoza, son quienes han mantenido viva la cosa durante los últimos 15 años, después que se muriera el segundo dueño del Quitapenas, el señor Enrique Buronni. Él estuvo más de 70 años en el local y, según dicen por ahí, él también le habría comprado el local a un hombrón de apellido Degellini, también medio italiano y bueno para los tallarines.

Igual pascual

Pero la cosa sigue igualita, hasta tienen la misma patente. Las puertas se abren a las diez, para recibir a los compebres que vienen a hacer trámites en la mañana por estos lados y ya acercándose el medio día la peregrinación se hace más intensa, junto a los aromas de un buen patache que comienza a aflorar. "Sale en un libro que una vez, tuvieron que dejar a un finado acá por una noche, como en los años treinta, porque la gente llegó atrasada y les cerraron la puerta en la cara. Ahora ni pasa eso, las funerarias le hacen todo, hasta le ponen el muerto, lo maquillan, lo visten, llaman a la gente, si los familiares son cortos de genio hablan ellos. Ahora se les puso que es de rotos llorar en el funeral, cuando antes a la gente le llegaban a dar ataques de tanto llorar y terminaban todos acá tomándose un copetito para hidratarse", nos cuenta don José Miguel, quien se recuerda con lujo de detalles de cada funeral grande que ha habido por esos lados, porque la cosa se desborda y termina en una tremenda fiesta.

Con gato Alquinta y todo

"Cuando se murió el gato Alquinta esto se llenó, y hasta armaron una batucada acá adentro, lo mismo pasó con su hijo y con un chiquillo que vivía cerca de acá que era el tecladista del grupo Congreso", la larga. Es un rito que es parte del cocido, como era antes cuando la cosa era con recibimiento y harta comida en la casa. Aunque siempre hay sus excepciones. "Una vez llegó una persona y me preguntó cuántas personas caían acá. Yo lo miré no más y le dije, ochenta. Entonces vamos a venir a las cuatro, ordene todas las mesas en hileras y no deje entrar a nadie más dijo el compadre. Ya hueón, te voy a creer pensé y me reí. Pasó la hora y no entraba nadie, nadie al local, lo único que queríamos era que se oscureciera luego para cerrar. Hasta que llegó un tipo y me dice: ¡Pero si le dijimos que arreglara las mesas! Y venía con un tremendo lote de gente. Arreglamos todo en tres tiempos. Era una familia grande que venían porque había sido el último deseo de su mamá, que después que la sepultaran vinieran todos a comer al Quitapenas", nos cuenta el compebre Mendoza.

O nos ponen duchas o nos vamos

Otro de los hitos importantes del Quitapenas, y quizás por lo que es más conocido es porque aquí se fundó el Colo en abril de 1925. Yo soy fiel a Rangerito, pero el Petete y un montón de compipas colocolinos se persignan cuando entran y le piden al Quitapenas que traiga de vuelta a nuestro gran compipa Bichi Borghi. La cosa es que ese día todavía no sabían que contratarían al Bichi, pero decidieron darle mariana a Magallanes porque no les pagaba nunca y no les tenía duchas y fundaron el nuevo club. Hoy en sus paredes hay fotos de aquellos ídolos y para los aniversarios casi siempre vienen, cuenta el compipa José Miguel.



http://comunidades.lanacion.cl/prontus_tic/site/artic/20100312/pags/preview.html

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